sábado, 23 de junio de 2012

DMPDV - Bajo el viejo ciruelo de la escuela

Aquella mañana me despertó el olor de las rosquillas. Saqué lentamente la nariz de las sábanas y olisqueé el aire. Sí, definitivamente eran rosquillas.
Posé los pies en el suelo, que estaba helado. Busqué las zapatillas con los pies, sin mirar porque me estaba frotando los ojos para despejarme. Al abrirlos, me di cuenta de que mis zapatillas estaban muy lejos de donde yo las estaba buscando.
Me vestí, me calcé los zapatos y me peiné con los dedos, porque había roto el peine el día anterior, al prenderle fuego sin querer. La verdad, creo que nunca sabré cómo ocurrió aquello.
Bajé las escaleras, y oí los ronquidos de tío Duff desde su dormitorio. Sonreí: parecía un enorme oso en época de hibernación.
Al llegar a la cocina, vi que tres enormes cuencos de rosquillas recién hechas estaban sobre la mesa, y que mi madre, Marta, estaba escribiendo en una hoja el nombre: "Rosquilla Cídube, por Cícero, Duff y Bernie".
-Tienen buena pinta -comenté mientras alargaba el brazo para coger una.
Sin embargo, no llegué ni siquiera a tocarlas porque mi padre, Vic, me pegó un manotazo en la mano.
-Lo siento, señorito, pero vas a tener que esperar al final del día -me dijo con aire de autosuficiencia.
Le eché una mirada asesina mientras me servía leche y cogía una galleta de hacía unos días.
-Una pregunta: ¿por qué son rosquillas y no cualquier otro dulce? -pregunté a mi madre con curiosidad.
Ella se giró con una amplia sonrisa en la cara. Era evidente que estaba deseando que alguien le hiciera esa pregunta.
-Porque la operación de ayer salió bien "con agujero", ya sabes, como las rosquillas.
Me tomé el desayuno en pocos minutos. Mi padre cogió una rosquilla al cabo de un rato y se la comió lentamente. Bufé.
-Nunca entenderé a los adultos -dije en voz alta mientras cogía mi mochila y salía de casa.
Llevaba retraso, porque, al parecer, mi despertador se había caído por detrás de mi cama y no lo había oído. Cuando pasé delante de Roble y me dijo con su lento hablar que las clases estaban a punto de empezar, corrí todo lo rápido que pude hacia la entrada, y conseguí pasar justo cuando se cerraban las puertas.

Fue una mañana de aburridas clases. Me llamaron varias veces la atención porque me estaba durmiendo, y después encanté unos papelitos para que volaran hacia el profesor y le golpearan en la parte de atrás de la cabeza; él se daba la vuelta, buscando al culpable, mientras toda la clase reía.
Al finalizar la clase, yo salí por la puerta, como siempre. Pero justo cuando iba a cruzar el umbral, una mano me detuvo por los hombros.
-Perdone, señor Burdock, ¿puedo hablar con usted? -me dijo el profesor de historia.
El corazón se me paró durante unos segundos. No era posible...
-Eh... claro, profesor -respondí con voz temblorosa.
Le acompañé hasta la mesa del profesor, y él se sentó.
-Me pareció que ayer estaba en la caza del intruso, ¿no es cierto? -me dijo, yendo directamente al grano-. Y creo que no le estaba permitido asistir.
Sí, era lo que yo me temía. ¡¡Jolín!! ¿Cómo era posible que me hubiera reconocido?
Traté de encontrar una excusa.
-No, se equivoca... Yo... yo estaba haciendo las nuevas rosquillas de la Tienda de las Exquisiteces con mis padres, ya sabe, las Cídube. No podía estar en dos sitios a la vez, como comprenderá... profesor.
El profesor titubeó. Era evidente que no se iba a creer aquello, pero era lo único que tenía.
Me hizo un gesto con la mano para que saliera de clase, y yo no tardé en obedecer su orden, gustosamente.

El recreo se había ampliado a una hora entera de patio. Esto era gracias a la ley anti-Enemigo, porque los alumnos nos sentíamos bastante oprimidos por su causa.
De pronto, vi una conocida figurita sentada en un banco bajo las ramas nudosas del viejo ciruelo. Estaba leyendo un libro. Sonreí.
-¿No hace un poco de frío para leer al aire libre? -pregunté en voz alta.
Pervinca se sobresaltó y me miró.
-¡Grisam! Cuánto has tardado, ¿dónde estabas?
Me encogí de hombros, apesadumbrado. Maldito profesor...
-Me ha entretenido el profesor de historia: me reconoció ayer por la noche, durante la caza del intruso -le expliqué-. Le he dicho que no era yo, pero me temo que de todos modos irá con el cuento a mis padres.
Vi suspiró.
-Pobre de ti. Yo conseguí entrar en mi casa sin que nadie me viera. Espero que no me reconociese nadie -entonces cambió de tema-. ¿Sabes que he probado las rosquillas que tu madre ha dedicado a nuestros padres? Buenísimas, pero, ¿por qué precisamente rosquillas?
Sonreí. Me alegraba de habérselo preguntado a mi madre aquella mañana.
-Ha dicho que la operación de ayer salió bien "con agujero", como las rosquillas, así que... -observé el libro que Vi aún tenía abierto sobre el regazo-. ¿Qué leías?
Ella mostró una expresión de emoción contenida que yo conocía muy bien.
-¡Un libro fantástico! -contestó rápidamente. Me mostró la portada, en la que se veía escrito Libro antiguo-. La otra tarde, cuando no tuvimos tiempo, quería hablarte de él. Ábrelo, ¡habla de nuestros antepasados!
-¿También de los míos? -pregunté; me hacía ilusión ver (o, mejor dicho, leer) a mis antepasados.
-¡Sobre todo de los tuyos! -respondió Pervinca con una amplia sonrisa-. Uno de los protagonistas de la historia es un chico que se llama Duffus Burdock...
Comenzó a contarme la historia de una Bruja de la Luz, Mentaflorida, de su mejor amiga, Scarlet-Violet Pimpernel (al parecer una Bruja de la Oscuridad pariente de la arpía de Scarlet) y de Duffus Burdock, un extraño chico que, al parecer, estaba enamorado de Scarlet-Violet.
Después, comenzamos a hablar sobre los ataques, de qué ocurriría cuando terminaran, de las lecciones de magia, de su araña Regina...
-Mi madre sospecha que ella me pica por la noche -me contó Vi, afligida.
Observé su mano, y entonces vi una pequeña picadura. Le cogí la mano.
-¿Te ha hecho ella esto?
Regina parecía tan inofensiva... Aunque, después de todo, todas las arañas pican para obtener su alimento, así que no era de extrañar que picara a todo aquél que estuviera cerca.
-Quizá sí -respondió Pervinca con pesar-. Mi madre y Felí sostienen que Regina quiere la libertad y me pica para que lo entienda. Pero yo no quiero que se vaya... es decir, no ahora que hace frío y cualquier animal podría comérsela. Ella no sabe lo que hay afuera, no sabe lo peligroso que es...
¿Realmente esta era Vi? Nunca le había oído hablar de esta forma.
Esbocé una sonrisa sarcástica.
-Hablas como una madre -comenté.
Ella no me respondió, así que decidí cambiar de tema por si le había molestado.
-¿Te duele? -pregunté.
Vi relajó la expresión de su rostro.
-No, me pica un poco -explicó-, como si fuera la picadura de un mosquito.
Recordé las recientes clases de "Zoología y hechizos", y dije:
-Pero no hay mosquitos en esta época.
Pervinca bufó, molesta.
-Oh, no empieces también tú con las lecciones de hibernación; ya he tenido una gran experiencia con un caracol.
Reí divertido, recordando también mi última lección de zoología.
-¡Yo también! -exclamé-. En "Zoología y hechizos", ¡tío Duff me hizo soplar en la cara a un caracol durante media hora!
Aquella experiencia fue realmente aburrida y además, como soy tan impaciente, preguntaba a cada segundo cuándo podía acabar con aquello.
-¿Tenías que constiparlo? -me preguntó Vi, divertida.
-No, parece que a los caracoles no les gusta andar contra el viento a causa de la baba: temen que se seque o algo así... -en aquellos momentos me sentía como un experto en el tema, mientras Vi me observaba algo abstraída-. Por eso nunca ves a un caracol andar contra el viento...
Vi me interrumpió, impaciente:
-Es un mago transformado, lo sé, lo sé.
Estuvimos un rato callados, Vi observando el suelo y yo recorriendo su rostro con los ojos. Noté que mis mejillas se calentaban. Estábamos a solas, en silencio, en el banco bajo el ciruelo...
De pronto, Pervinca estropeó aquella atmósfera:
-Tía Tomelilla combate a los caracoles poniendo los posos del café en los tiestos. Dice que si se arrastrara como ellos, odiaría que todos esos granitos se le pegaran bajo la cola.
Quiero mucho a Vi, sí, pero ¿por qué tiene que ser tan inoportuna?
-¿Y eso qué tiene que ver? -pregunté un tanto brusco.
-Nada, me ha venido a la cabeza al hablar de los caracoles.
Traté de buscar algún tema de conversación en el que poder hablar como dos enamorados normales. Le miré las manos.
-Me alegro de que lo lleves -dije indicando el anillo del dedo de Vi.
Se lo había regalado yo hacía tiempo, gastando todos mis ahorros en su compra. El recuerdo de aquel día me hacía recordar todo aquello...
-¿Sabías que las ranas tienen la lengua pegada en la punta y que los ciempiés no tienen cien pies? -dijo Vi de pronto.
Di una patada a una piedra, disgustado.
-Interesante -dije, algo sarcástico-. ¿Cómo es que cada vez que digo algo romántico, tú hablas de otra cosa?
Estaba molesto. Me gustaría poder decirle todas esas cosas que suelen decirse los enamorados y que, al fin y al cabo, yo quería decirle.
-Oh, Gri, otra vez -suspiró ella-. Sabes que no me gusta decir cosas cariñosas, me emocionan.
Bufé.
-Te emocionan, ¿eh?... Estupendo. Entonces, ¿prefieres que te diga que las víboras tienen la pupila como la de los gatos cuando miran la luz, muy estrecha y delgada, mientras que las culebras tienen siempre la pupila redonda?
-¿Y las arañas? -me preguntó Vi con curiosidad.
Suspiré.
-No tienes remedio, Vi -dije resignado-. ¿Las arañas, qué?
-¿Sabes cómo se sabe si una araña es de verdad una araña?
Medité sobre ello unos segundos, pensativo.
-Rompiéndole la tela, supongo, y esperando a ver si logra rehacerla: sólo una araña sabe hacer una telaraña perfecta -estaba satisfecho con mi respuesta: estudiar Zoología al menos servía para impresionar a Pervinca.
-¡Eres un genio! -exclamó ella.
Suspiré de nuevo, sintiendo que la sangre me subía a las mejillas.
-Un genio que dice cosas que emocionan.
-Y dale -dijo Vi, molesta-. En esto eres muy distinto de tu antepasado: Duffus nunca decía cosas tiernas a Scarlet-Violet. Bueno, no directamente.
Apoyé la barbilla en la palma de la mano.
-¿Y qué más hacía ese Duffus? -pregunté.
Las pupilas le brillaron, como cada vez que le gustaba hablar sobre lo que iba a explicar.
-Una tormenta devastó su valle, una "extraña" tormenta, para mí muy parecida a las que el Terrible 21 desencadena contra nosotros, sólo que nosotros tenemos a tía Tomelilla y a tu tío Duff, que le impiden devastar Verdellano, mientras que en aquellos tiempos los Mágicos no estaban preparados, creo. Duffus, sin embargo, escapó antes del ataque y ahora Scarlet-Violet corre el riesgo de tener que aliarse con su antipático hermano...
Entonces recordé algo del relato:
-¿El que ha creado el bastón-espada? -pregunté.
-¡Exactamente!
Recordé otra cosa que Vi no sabía:
-¿Sabes que tío Duff  me dijo una vez que hay un bastón-espada enterrado en algún sitio fuera de la muralla del pueblo?
-¿Lo dices en serio? ¡Vamos ahora mismo a buscarlo!
Pervinca se levantó de un salto del banco. Yo la miré, impresionado por su osadía.
-Bueno, ¿vamos?
Me crucé de brazos, desafiante.
-Aparte del hecho de que todavía tenemos clases, Vi, he dicho "fuera" de la muralla. Fuera, ¿entiendes?
Vi, sin embargo, no parecía dispuesta a rendirse.
-Pero fuera, ¿cuánto? ¿Mucho o poco?
Yo ya estaba perdiendo la paciencia.
-¿Qué más da si de todas formas no podemos ir "fuera" del pueblo? -le dije, enfadado.
-¡Imagina que encontráramos el mismo bastón, Grisam! -me explicó, entusiasmada.
-Sería una antigualla podrida y enmohecida -dije yo.
Pervinca también comenzaba a enfadarse.
-¡Sería un trozo de historia que sale de mi libro para hacerse realidad! Debemos descubrir dónde está, Gri, tienes que preguntárselo a tu tío.
¿Cómo era posible que Vi no entendiera que no quería ir? A veces era realmente dura de mollera...
-¿Para qué? -dije yo, sin ánimo.
-Tú pregúntaselo y ya está.
-Sólo si me dices para qué quieres tú un bastón-espada -dije yo; y era cierto: ¿de qué le iba a servir?
-Para nada -dijo ella-. Lo quiero sólo como una reliquia. Pero, perdona, ¿por qué has hablado de él si no te interesa buscarlo?
Ahí, la verdad, era que me había cogido desprevenido. Aunque, bueno, yo sabía por qué:
-No sé, como veía que el asunto te interesaba tanto...
De repente, una voz conocida y bastante odiosa me interrumpió:
-Mira, mira: los dos tortolitos al aire libre sin que los vigile un hada.
¡Esa arpía de Scarlet! ¿Qué le importaba a ella lo que hiciera la gente? Siempre tenía que meter sus asquerosas narices en los asuntos de los demás.
Pero Vi se llevó una mano a la frente, preocupada.
-¡Mi hada! ¡Felí habrá oído todo!
Yo enrojecí un tanto: ¿cómo iba a saber yo que un hada estaba escuchando?
-¿Os habéis dicho cosas muy tiernas? -dijo Scarlet con voz petulante.
-¡Basta! -gritó Vi-. Por cierto, ¿sabes que por algún motivo tu nombre ya no hace que me piquen las manos? ¿Qué mal viento te trae?
Scarlet sonrió, y yo sentí ganas de pegarle un puñetazo.
-¡La curiosidad, Periwinkle dos! Sólo quería saber si también te diviertes soñando cosas raras, como tu hermana.
-¿Y tú que sabes de los sueños de Vainilla?
-Lo que Vainilla ha contado a la pequeña Flox, pero en voz tan alta que...
Eso ya era el colmo: ¡esa pequeña cotilla ya metía las narices en otras cosas!
-¡A Flox, no a ti! -le grité, apretando los puños y levantándome de repente.
-Te lo advierto, Burdock, por tu bien ten cuidado: esta gente sueña con medias brujas guapísimas y tramposas... -me dijo Scarlet, altanera.
-Scarlet, vete de aquí -ordenó Vi.
-¿Por qué? No he terminado -dijo Scarlet, cabezota-: media bruja se aleja por un oscuro sendero y en una mano lleva un pequeño...
-¡VETE! -gritó Pervinca, y se puso también de pie.
Scarlet rió.
-¿Qué te pasa, Periwinkle dos, no quieres que tu novio -me sonrojé un poco cuando Scarlet pronunció esa palabra- sepa que a tu hermana le falta un tornillo?
Vi le agarró a Scarlet por el jersey, y yo no pude hacer nada por evitar lo que estaba ocurriendo...
-Te lo advierto, Pimpernel, ¡una palabra más sobre mi hermana y te convierto en la víbora que eres en realidad!
Vi a Felí salir volando del bolsillo de Pervinca, pero no llegó a tiempo: Scarlet estaba a nuestros pies, silbando, convertida en víbora. Se arrastró suavemente hasta esconderse entre las piedras.
-¿Qué has hecho, Pervinca? -gritó Felí, muy enfadada.
Vi parecía asustada. Yo supe, nada más mirarla a los ojos, que aquel hechizo no había sido a propósito.
-Sólo la he amenazado, ni siquiera he pronunciado el verdadero hechizo -explicó, con los ojos muy abiertos.

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